Resistir es vencer: Shackleton, la Antártida y uno de los viajes más increíbles de la historia

El explorador Ernest Shackleton no cumplió su sueño de cruzar la Antártida a bordo del «Endurance» en 1914, pero logró la gesta más difícil: sobrevivir

«Shackleton es el más grande de todos los exploradores de la edad heroica y ha sido fuente de inspiración para todos nosotros», dijo tiempo atrás Sebastián Álvaro, histórico director del programa Al filo de lo imposible, a ABC. Ayer, en las redes sociales, Álvaro y otros aficionados a la exploración recordaron el programa dedicado a su figura, a aquel viaje inolvidable a la Antártida, lleno de penurias, frío y miedo, que terminó con el mejor triunfo: los veintisiete miembros de la tripulación salvaron la vida. Los expedicionarios tuvieron que soportar penurias inimaginables, el naufragio del «Endurance» y una durísima travesía en los botes salvavidas a la isla Elefante antes de que Shackleton, con un puñado de hombres, realizara a bordo del bote «James Caird» uno de los viajes más memorables de la historia de la navegación hasta las Georgias del Sur. 

Esta es la narración de aquella batalla que duró 522 días, con textos de Miguel Ángel Barroso y Sergi Doria, y el mencionado documental del equipo de Sebastián Álvaro. En pleno confinamiento, pocas historias de resistencia pueden resultar tan inspiradoras.

“A principios del siglo XX, la exploración de la Antártida no tenía parangón; no había que enfrentarse a animales salvajes ni a indígenas hostiles (de hecho, fue auténticamente descubierta por sus exploradores, pues nunca habitó ser humano allí). El oponente era más formidable: vientos de hasta 300 kilómetros por hora, temperaturas inferiores a los 50 grados bajo cero, un océano con aspecto de criatura viva dispuesta a engullir barcos, una costa sin apenas puertos naturales y largos días de helado silencio. La lucha se establecía entre el aventurero y las fuerzas desatadas de la naturaleza, entre el hombre y los límites de su resistencia.

La carrera hacia el Polo Sur adquirió temperatura con la rivalidad entre británicos y noruegos, en la que tres nombres brillaron con luz propia: Robert Falcon Scott, Ernest Shackleton y Roald Amundsen. «Si quieres montar una expedición científica, cuenta con Scott. Si lo que deseas es un raid por el hielo, Amundsen es tu hombre. Pero si estás desesperado, ten a Shackleton cerca», señala Sebastián Álvaro.

Gloria y tragedia en el Polo Sur

En 1902, Scott, Shackleton y el doctor Edward Wilson recorrieron 1.536 kilómetros en 94 días y llegaron a casi 1.200 kilómetros del Polo Sur, teniendo que regresar tras pasar un infierno. Shackleton había aprendido poco de sus errores cuando, sin Scott pero con hombres de confianza, partió en octubre de 1908 de Cabo Royds, en la Gran Barrera de Hielo, con diez caballos y nueve perros. Los caballos resbalaban y caían y acabaron formando parte de la dieta de los expedicionarios. A unos 160 kilómetros del Polo, hambrientos y congelados, decidieron dar la vuelta. «He supuesto que preferías un asno vivo que un león muerto», le dijo el explorador a su mujer.

Nuevas expediciones de Scott y Amundsen emprendieron la marcha en 1911; el británico siguió la huella abierta por Shackleton y, como aquel, utilizó caballos (a pesar de su demostrada inutilidad en este terreno), además de trineos a motor que no funcionaban y perros que nadie sabía guiar. Cuando llegaron a su destino comprobaron que el rival noruego, mejor pertrechado y entrenado, les había ganado por la mano. «Ha sucedido lo peor. Se han desvanecido todos los sueños», escribió Scott en su diario. «¡Santo Dios, esto es un lugar espantoso!».

Atrapados en el hielo

Shackleton, endeudado y en el dique seco, tuvo que leer en la prensa la noticia de la muerte de Scott y el triunfo de Amundsen. «Nunca la bandera arriada, nunca la última empresa», se dijo. En agosto de 1914, días antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, partió hacia el sur. «Queda el viaje más impresionante de todos, la travesía del continente».

Tras navegar en el Mar de Weddell y cuando faltaban 160 kilómetros para llegar a tierra, su barco, el «Endurance», quedó atrapado en el hielo. La batalla por la supervivencia duró veinte meses y ni uno solo de los 27 tripulantes perdió la vida. Los expedicionarios tuvieron que soportar penurias inimaginables, el naufragio del «Endurance» y una durísima travesía en los botes salvavidas a la isla Elefante, a más de 550 km del lugar en que se hundió el Endurance. Era la primera vez en 497 días que pisaban tierra firme.

La batalla de Shackleton se tradujo en dos travesías en pos de la tierra salvadora con dos botes rescatados del Endurance. Tras el fracaso de la primera, que le alejó todavía más de su objetivo, con las ropas congeladas y gastadas, se decidió que una parte de la tripulación permaneciera en el estrecho de Drake… Shackleton y cinco hombres tomaron rumbo a Georgia del Sur: ochocientas millas al noroeste, a bordo del «James Caird», un bote de seis metros de eslora. Se aprestaban a emprender uno de los viajes más memorables de la historia de la navegación hasta las Georgias del Sur.

Durante su última y extenuante marcha, cruzando a pie los glaciares y montañas sin nombre de la isla de San Pedro en busca de la estación ballenera de Stromness, de la salvación final, Shackleton y sus acompañantes sintieron que alguien más caminaba con ellos.

El 10 de mayo de 1916 desembarcaban en la isla de la que zarparon hacía 522 días. La expedición fracasada devino en epopeya.Mathias Andersen, encargado de la estación de Stromness, fue el primer interlocutor de aquellos regresados de la muerte: «Tenían la barba crecida y el rostro casi negro, a excepción de los ojos. Llevaban el cabello tan largo como el de una mujer, porque les colgaba hasta los hombros. Por alguna razón lo tenían pegajoso y rígido…»

Cuando los condujo a su superior, Thord Sorlle, este los observó como bichos raros… «Me llamo Shackleton», susurró el héroe. A Sorlle se le saltaron las lágrimas. El 30 de agosto de 1916, Shackleton volvía a la isla Elefante para rescatar a sus hombres. 

Sebastián Álvaro regresó hace años a este mismo lugar, «una isla que quedó desierta en 1964, con un clima detestable y una estación ballenera en ruinas donde todavía huele a grasa de cetáceo». Allí está la tumba de Shackleton, que pudo rescatar al resto de sus hombres en isla Elefante. Murió en 1922 en la isla de San Pedro, de un ataque al corazón, cuando iniciaba una nueva empresa antártica.

Una imagen del Endurance, el barco de la expedición de Ernest Shackleton
Una imagen del Endurance, el barco de la expedición de Ernest Shackleton

Para saber más

Habrían de pasar cuatro décadas hasta que el periodista Alfred Lansing (Chicago, 1921-1975) reconstruyera los 522 días en los que Shackleton y sus veintisiete hombres sobrevivieron al naufragio comiendo carne de foca y de perro husky a 35 grados bajo cero. A partir de entrevistas y diarios de navegación –«ahumados con grasa, arrugados porque se mojaron y luego fueron puestos a secar»–, Lansing dio a la imprenta Endurance: el increíble viaje de Shackleton (1959), un clásico felizmente recuperado por Capitán Swing con prólogo de Ramón Larramendi, pionero de la exploración polar española.

Endurance. La prisión blanca. Ensayo. Traducción de Elena Grau. Capitán Swing, 2015. 352 páginas.

Fuente: abc.es