«Soy hijo de la libertad: invito a todo, no obligo a nada»

Monseñor Novell no atina con los gemelos. Viene, me entrega los dos pequeños discos de plata y me pide que se los coloque: «Esta es una de tantas cosas que no puede hacer uno solo». Momentazo. Ponerle los gemelos a un obispo vestido de obispo -sotana filetata, fajín púrpura, crucifijo pectoral, anillo episcopal- impone lo suyo. Y eso que acaba de presentarse estrechando enérgicamente la mano, no como esos clérigos que ofrecen la diestra blanda y huidiza al interlocutor. Se le ve exultante. Acaba de ser elegido por el Papa obispo de Solsona a los 41 años, lo que le convierte en el más joven de España. No solo por eso, parece un obispo atípico. Se le nota que lo sabe. Y que quiere aprovechar el tirón.

Monseñor Tarancón, el llamado cardenal de la Transición, también fue en su día el obispo más joven, a los 38. Y también inició su labor pastoral en esta diócesis rural catalana igual de lejos de Lleida que de Barcelona y habitada por 145.000 almas que Novell se ha propuesto devolver o atraer al rebaño de la Iglesia. Un lugar tan bueno como otro cualquiera para saltar a la primera línea. O para dejar pasar tranquila la vida. No consta aún que el nuevo pastor apueste por lo primero. Pero, desde luego, da la sensación de que no está por lo segundo. Locuaz. Irónico. Divertido. Monseñor exprime la entrevista-almuerzo que ofrece a la visita. Pero que nadie se confunda. «Aquí mando yo», ha dicho mientras, manojo de llaves en ristre, enseñaba la catedral, el palacio episcopal y el confortable apartamento donde vive. Aborda todos los temas. Total, Dios es la respuesta a todas las preguntas.

Con el debido respeto, no parece usted un obispo. ¿Por qué? [cómplice].

¿Usted qué cree? Haces un cliché de que un obispo tiene el pelo blanco, más o menos cantidad, y debido a la dura tarea pastoral [irónico], su complexión física tiende a una cierta perfección esférica.

Lleva un carrerón. ¿Cuáles son sus activos? Cuando hoy intentaba terminar el libro del Santo Padre Luz del mundo para estar a punto en esta entrevista he leído que cree que los obispos tienen que ser valientes. Personas de Dios, preparadas, capaces de dialogar, de hacerse cargo de que vivimos en una sociedad que no es la de hace 40 años, sino la de 2011, que hayan nacido en este contexto plural, donde la Iglesia es una institución con su importancia, pero no la única. Hombres valientes para afrontar los cambios que la Iglesia tendrá que dar en estos años.

¿Qué cambios son esos? ¿Cuáles son los retos del siglo XXI? El primero es transmitir la fe a la nueva generación. Lograr que, si quiere, crea en Jesucristo y viva según su Evangelio. Para eso hacen falta personas que hablen un lenguaje sensible a los problemas de hoy, vocaciones, acciones imaginativas que permitan lo que ya no hace la familia. Vivimos de rentas. Los sacerdototes cuidamos una fe que han transmitido las madres. Pero eso está a mínimos. Muchos no van a creer porque no han recibido la fe en casa y no hallan en su hábitat a quien les anuncie el Evangelio.

¿Cuál es esa generación: la suya o la de sus sobrinas adolescentes? Todas. La generación entre los 30 y 50 años está bautizada, pero o ha perdido el tesoro de la fe o no lo ha encontrado, y este conjunto de normas morales más o menos opresivas le han resultado insoportables. Y hay adolescentes que ven un crucifijo y dicen: por qué le han hecho esto a este.

Si hemos abandonado la fe, eso implica que los encargados de transmitirla han hecho algo mal. La sociedad ya no se deja llevar de la mano por la Iglesia, que era constructora de cultura, educación, pensamiento, y casi tutora de todo, el nacionalcatolicismo que yo no conocí. Con el cambio democrático, se ve como la mano derecha del dictador. En estas, la Iglesia, con el Concilio Vaticano II, hizo un esfuerzo de acercarse y hablar de lo que a la gente le hace sufrir, lo que le interesa, y dejó de hablar de lo que es más difícil, complejo, misterioso. A los sacerdotes nos pilló a contrapié y no supimos hablar de Dios en el nuevo contexto. Y llega un día en que eso, que requiere pedagogía, se ve como irracional. Muchos dejan de ir a misa y creer en Dios porque se puede ser bueno y cristiano sin sacramentos y sin fe.

Lleva 15 años de cura, ¿hace autocrítica? Yo era un chico fruto de esta pastoral. Estaba en el scoutismo, aprendiendo los valores que nos hacen buenos cristianos. En el seminario me encontré con el Señor, y eso cambió mi corazón. Ser cristiano es vivir de Él, fiarme de Él, pedir que Él sea quien construya mi vida. Pero, claro, esto no conectaba con mis ideas, porque yo era un hijo de la modernidad: ser el amo de mi vida. Y ese abandonarse a Dios me provocó cierta crisis. Voy a Roma y hallo maestros que me abren a una comprensión de la fe más abierta a ese Dios que no se deja atrapar por nuestros esquemas. Y vuelvo con un corazón entregado y una inteligencia sometida a Dios. Entonces hago, como vicepárroco, lo mismo que yo recibí, y veo que no funciona. Y cambio mi acción, no sin problemas con mis sacerdotes, que decían: este se ha convertido en un espiritual, solo quiere hacer retiros y confesar. No era verdad. Pero vi que es necesario invitar a quienes levantan las cejas cuando oyen hablar de Jesús.

Un conocido le recuerda de seminarista defendiendo el fin del celibato en el Concilio Tarraconense de 1995. Es verdad, defendía cosas con ímpetu porque digo lo que pienso y entonces pensaba eso. Era deudor de quien me había formado. Tenía 22 años. Yo no viví una adolescencia propiamente dicha, siempre fui un buen chico. Quizá mi época de enfant terrible fueron esos 15 días del concilio.

¿Ese cambio tuvo que ver con su estancia en Roma, la Gregoriana, la grandiosidad del Vaticano? Entonces encontraba las magnas celebraciones romanas largas, pesadas y cargadas. Fue un itinerario paulatino, de búsqueda personal. En cuarto de Teología viví un encuentro con el Señor muy intenso que me hizo ponerme ante Él, y no dejó pasar la oportunidad.

Estamos ante la generación más preparada y el panorama laboral más duro de la historia. ¿Qué les ofrece la Iglesia a los jóvenes? El encuentro con Dios. En la sorpresa de ese encuentro se esconde todo. Y por eso es tan extraordinario y al mismo tiempo tan poco atrayente, por incomprensible. La generación de hoy, preparada o no, es frágil. Porque personal, afectivamente, y sobre todo espiritualmente, son personas sin riqueza, con excepciones. Cuando uno se encuentra con el Señor, le salen fuerzas para todo y desaparece el pasotismo y el desinterés. Eso es lo tan pequeño y tan grande que puede aportar la fe: el motor de la vida.

¿Realmente cree que así va a atraer a los jóvenes? Inténtelo en un sitio de botellón. Si yo intento una conversación con unos chavales que están con la litrona, va a ser difícil. Primero tendría que ver si hay un agujero, un interrogante para poder, significativamente, ofrecerles una palabra de esperanza. Si no, dirán: este cuarentón ¿de qué va? Pero lo puede hacer un chico de su edad. Esa es la clave: que tú veas lo que digo en mí. Dicen que el cristianismo se transmite por envidia. Ver a alguien y pensar: me gustaría ser feliz como este, tener esas agallas, ¿de dónde saca la energía, quién se lo ha enseñado? Ven y verás.

Creo que quiere ‘fichar’ a laicos para eso. Sí. Algunos laicos pueden sentirse llamados a trabajar full time como apóstoles. La fórmula que estamos probando es pagarles media jornada y que la ofrezcan entera. No como explotación, sino para respetar su deseo de voluntariado. Son trabajadores apostólicos. Tenemos algunos, y si la economía lo permite, crecerán.

Esto viene de la escuela de laicos que creó cuando era cura. Fue una idea de un grupo de curas jóvenes que hace 10 años pensamos en hacer una escuela de formación para que otros jóvenes pudieran ayudarnos. Eso ha cambiado esta diócesis. Si no, viviríamos dormitando y resignados.

¿En qué se ha notado el cambio? Este es un fenómeno exponencial. Convertir a una persona requiere dos años mínimo. Primero uno abre el corazón. Si le parece que hay algo, pasa tiempo buscando, aprendiendo a orar. Luego llega un día en que choca lo que descubre con lo que vive, y eso exige una conversión en el obrar. Pero cuando una persona se convierte, pasa a ser un apóstol. Y convierte a dos o tres, ya somos cuatro. Los cuatro, a tres cada uno, 12. Un día eso explota, y creo que nos estamos acercando a la explosión. En 10 años, esto no lo va a conocer ni…

¿Ni Dios? Bueno [ríe], lo ha dicho usted.

Los datos cantan: se desploma el número de jóvenes que se declaran creyentes y mucho más los practicantes. Y va a seguir cayendo, porque este es un trabajo micro, en un rinconcito, y debería haber muchos otros alrededor. A veces tengo esa sensación: esto es lento y cuesta mucho. Pero hay que seguir invitando a la gente.

Da entrevistas a quien le llama. ¿Le gusta chupar cámara? [Ríe]. No me desagrada chupar cámara, pero es parte de esto. La Iglesia tiene que ser pública. No tiene que esconderse. Un día me subí al tren en Barcelona. Una chica me mira y me dice: qué fuerte. Y yo: el qué. Y ella: nunca se me había sentado enfrente un cura. Le pregunté: ¿eres católica? Contestó: ni católica, ni apostólica, ni romana. Y yo: pues si eres capaz de decir eso, lo fuiste, hija mía. Y en media hora le anuncié el Evangelio.

Así, en marcha. Sí. Hay muchísima gente que no sabe que existe siquiera la Iglesia. Al saber que El País quería una entrevista pensé: Dios mío, ven en mi auxilio [dramático], ven deprisa a socorrerme. Primero, porque es para toda España y yo soy de un rinconcito perdido. Y luego, porque hay mar de fondo con la visita del Papa y demás. Yo no sé mucho sobre muchas cosas, pero un sacerdote me dijo: Xavier, en las entrevistas puedes decir no sé y no pasa nada.

Parece que el Papa le ha cogido el gusto a venir a España. ¿Por qué estamos en su punto de mira? Creo que el objetivo es espiritual. Que eso sirve como una presencia alentadora en un tiempo en que la Iglesia vive un proceso de legislación contrario a lo que predica, seguramente. Pero creo que aquí el proceso de secularización es cultural. Es la purificación de la fe. Aquí va a quedar creyendo no quien haya nacido aquí o esté bautizado, sino quien se encuentre con el Señor. Al que no, la cultura no le va a sostener. Y el Papa tiene no una cruzada, pero sí un empeño intelectual y pastoral de hacer algo para contrarrestar esa secularización por el bien de la gente. Porque la secularización no humaniza. Algunas leyes: la del aborto, la de parejas de hecho, la de libertad religiosa, van contra la Iglesia. ¿Ante eso, la Iglesia tiene que decir algo? Claro: para quien quiere oírla y para que los católicos luchen para que esta sociedad sea más humana, más de Dios, más evangélica.

Entenderá que los no creyentes se ofendan si el Papa les riñe. El Santo Padre no riñe. Reflexiona y plantea si eso hace más humana y digna a esta sociedad. Hay quien piensa que sí. Pues yo pienso que se equivoca. ¿Tengo derecho a decir que es horrible lo que se está haciendo con el aborto? Sí. Eso puede comportar que otro diga que me equivoco. Si es educado, como el Papa, bendito sea Dios. A nadie se le ha impedido decir nada. El Pontífice tiene la misión de anunciar la verdad.

¿Cree, con el cardenal Rouco, que España es tierra de misión que hay que reconquistar? Ciertamente, es tierra de misión, y tenemos que ser públicamente propositivos. La palabra reconquista no es la que yo usaría. Pero sí estoy por el anuncio amable y valiente del Evangelio.

¿Que los obispos salgan a la calle contra las leyes forma parte de ese anuncio? ¿Se manifestará si le convocan? Si los fieles laicos convocan alguna manifestación de importancia realmente fuerte, como la defensa de la vida, me lo plantearía. Pero en principio pienso que los obispos no deben asistir gratuita y fácilmente a manifestaciones públicas en la calle.

¿Por qué algunos párrocos de su diócesis le llaman intolerante? Porque no hemos tenido trato personal. Otra cosa es que alguno tiene ideas sobre lo que ha de predicar la Iglesia diferentes a lo que la jerarquía dice y a lo que yo me adhiero. Hacen el cliché: nosotros somos progresistas porque creemos que la Iglesia ha de cambiar. Y Xavier es un conservador, un papista, un ortodoxo. Lo de intolerante es por mi vehemencia. Puedo dar la impresión, pero soy hijo de la libertad. Para mí, el hecho de que Dios haya respetado la libertad de cada hombre y no le haya obligado a creer es como un mandamiento. Invito a todo a todos, pero no obligo a nada a nadie.

¿Es papista, ortodoxo y conservador? Si ser conservador es amar a Cristo en su Iglesia, el que más. Si ser papista significa vivir en comunión con la Iglesia, el más ultramontano. Y ortodoxo siempre, porque somos hijos de la tradición. Ahora, si querer innovar, ser capaz de dar razón de la fe hoy de un modo nuevo es ser progresista, lo soy. Si no escandalizarse por nada, llorar con los que lloran, decir a quien ha cometido lo peor que Dios puede cambiar su vida es ser comprometido, el primero.

¿Por qué una mujer no puede ser sacerdote? Porque Cristo escogió 12 hombres para ser la imagen de este nuevo Israel, y porque lo importante es ser santo, no cura, papa o cardenal. En el infierno hay curas, papas y cardenales, Dios no lo quiera. Y de santas, el cielo está plagado. De mujeres que han hecho cosas extraordinarias, la Iglesia está llena. Ser sacerdote es un servicio al que Dios llama a un hombre concreto. La Iglesia no se siente con autoridad para cambiar eso. Considera, y yo considero, que viene del Señor. La masculinidad del sacerdote nos reporta a la historia encarnada de Cristo. ¿Eso significa que la Iglesia es machista? No. Que hay machistas en ella, pues sí, claro, y fuera.

Jesús no habló de celibato. No, y la Iglesia no ha dicho que eso no puede cambiar. Pero el ministerio, en la historia, apunta siempre a una identificación del sacerdote con Cristo: pobre, casto y obediente. Es verdad que alguien puede no sentirse llamado a la renuncia a la afectividad sexual y, pese a no tener mujer, ni hijos, precisamente porque no ha sido llamado y lo vive tensamente, ni vive casta, ni pobre, ni obedientemente. Para muestra, el conjunto de botones que han aparecido.

Habla de los casos de pederastia. Sí.

¿Cuál es su sentimiento al respecto? Si miro al niño, mi sentimiento es horror. Intentar imaginar eso me horroriza. Si miro al verdugo, me repugna, me escandaliza, me revuelve, prefiero no pensarlo porque me parece una cosa abominable.

Quizá los obispos que taparon esos asuntos también preferían no pensarlo. Cuando usaba esta expresión, era para tratar de evitar hacerse daño en el corazón. Como el Santo Padre ha reconocido, algunos pensaron que sería un mayor bien no mostrarlo a la luz y no castigar a los culpables. Lo primero no es aceptable, pero sí hasta cierto punto comprensible. Lo segundo es inaceptable. Cuando meditaba qué hacer como obispo, pensé: voy a reunir a los sacerdotes y decírselo claro y directo: que a nadie se le ocurra, bajo ningún concepto, hacer nada de eso porque no me va a temblar la mano en hacer lo que sea más duro para castigar. Con eso no digo que no sea misericordioso: todo se puede perdonar. Pero delitos tan graves piden penitencia. Tiene que haber un cambio en la persona, y reparación.

Hasta qué punto cree que esos casos han ofendido a los creyentes y a los bautizados que no practicamos. Para quien no conoce un sacerdote que le merezca un poco de admiración, el daño ha sido profundo y creo que será duradero. Para el que vivía con cierta incomodidad, pero seguía en la Iglesia, esa puede haber sido la gota que colma el vaso y haya dicho basta.

Me decía la ministra Aguilar, creyente, que la jerarquía católica no la representa porque se dedica más a hacer política que a ayudar. ¿Qué le diría? Que quizá no vive en casa. Si yo tengo un padre y vivo en su casa, sé lo que dice. Y quien vive en esta casa y oye a su obispo en estéreo, no a base de titulares, ve que habla de Cristo a destajo. Y un día dice algo y sale en el periódico, y gente que no vive en casa cree que el obispo solo habla de eso.

¿Y el Papa? Igual. Hoy he encontrado en Luz del mundo lo de los preservativos. El Santo Padre dice que, incluso fuera de la Iglesia, se habla de que lo mejor para luchar contra el sida en África es la abstinencia, la fidelidad y el preservativo, por este orden. Nos equivocamos si pensamos que la lucha contra el sida es facilitar el preservativo. Y añade: es un camino de cierta rectitud que quien no comparte nuestros criterios morales, ejerciendo la prostitución, decide usar el preservativo para no contagiar. Ahí hay un primer paso que quizá nos permitiría ayudarle a descubrir si no sería más auténtico no prostituirse y dedicarse a una cosa más noble y humana. Eso dice el Santo Padre.

¿Y qué dice monseñor Novell? Lo que diga el Santo Padre [ríe].

¿Y aquí, en Solsona? Aquí me parece que las parejas que son matrimonios o estables no necesitan condón. Hay casados que me dicen que hace uno, dos, tres años que no tienen relaciones. ¿Por qué la gente esta tan obsesionada en que si el sexo no se hace cada día es como si no pudieran respirar? Hay medios más verdaderos de ser responsables en la concepción de los hijos. El preservativo persigue separar paternidad de placer. Y eso no es humano. A los jóvenes se les vende que una historia de una noche es como cortarse el pelo. Hay que decirles: vais a destruir vuestra vida. Eso no hace feliz a los humanos.

¿Les diría eso a los que están con la litrona? Y con el condón en el bolsillo.

O no. Sí, casi seguro que lo llevan.

Pues mejor, pero insisto, ¿cree que ese discurso va a atraerles? La mayor parte de jóvenes de 15 o 16 años, si oyen eso, dirían: este vive en la Edad Media. Hasta los hijos de los buenos católicos. Porque las revistas, las películas, la educación sexual de la escuela, todo habla de lo contrario. Ahora, a la chica o al chico que ya está herido por experiencias sexuales prematuras, sin ternura, sin amor, con deseo de robar, quizá no le suena tan extraño.

Hay muchos jóvenes con una sexualidad gratificante. Frente a hipotéticas malas experiencias, ¿abstinencia? Nuestra alternativa no es la abstinencia, sino el amor auténtico para siempre, el que hace feliz, el que engendra vida.

Su padre es diácono. Tuvo al predicador en casa. Hace seis meses que lo es.

¿Lo ha ‘convertido’ usted? Yo no tengo mérito. Tengo la suerte inmensa de tener unos padres que me han querido locamente. En el hecho de ser sacerdote reconocen con tristeza que hubieran podido hacer más, porque también vivieron ese tiempo. De hecho, a raíz de mi sacerdocio y de mi invitación a la escuela de laicos, y a confesarse y a ir a misa cada día, han hecho un proceso cristiano magnífico.

O sea, que sus primeros prosélitos han sido sus familiares. Mi hermana tiene una familia cristiana que ha ido a más de un modo bellísimo. Mi hermano estuvo 10 años casado, se separó y se había apartado de la Iglesia. A raíz de la separación, empezó un camino de fe y tuve el gozo de ver cómo el Señor le tocaba el corazón.

¿Cómo se ve eso? Participaba en un curso Alfa de primera evangelización. Vino a una vigilia en la que los que quieren pueden acercarse y pedir para que el Espíritu Santo llene su corazón. Pedimos por él y sentí al Espíritu Santo bajar con fuerza.

¿Qué sintió? Sentí un temblor, un calor en todo mi cuerpo que nunca había sentido. Pero, sobre todo, la certeza interior de que el Señor encontraba un corazón a punto en mi hermano. A raíz de eso había pedido la nulidad, la Iglesia se la concedió y, Dios mediante, se casa con una chica que conocía, una buena católica.

¿Cómo se pasa de querer ser agricultor a querer ser cura? Terminé la ingeniería técnica a los 21. Mi horizonte era hacer la superior, pero el Señor me llamó en ese momento y no me veía tres años más estudiando. Era arriesgar la vocación.

¿Esa llamada fue tan física como la visita del Espíritu Santo a su hermano? Fue una llamada viva, pero más acorde con la espiritualidad que tenía a los 20 años. Pregunta de mi vicepárroco, a las once de la noche saliendo de una reunión de campamentos: «Xavier, tenemos que hablar». Y yo: «¿De qué?». «De qué piensas hacer con tu vida». Me voy a la cama, rezo mi padrenuestro, y pienso: «¿Por qué no sacerdote?». Ni hablar, yo había hecho propaganda de que quería casarme con una chica guapa y tener muchos hijos. Pero no se me iba de la cabeza. Hasta que dije: Señor, házmelo ver claro. Y lo vi.

Es un hombre apuesto, sería popular con las chicas. Bueno, tenía mi público.

¿Tuvo novia? No llegué a tener novia. Estuve enamorado, hice una propuesta que fue rechazada. Yo rechacé algunas también, eh [ríe]. Y sí, varias chicas me han gustado. Después, en el seminario, una chica me dejó intranquilo semanas, pero el Señor me tenía bien agarrado.

¿Como sacerdote ha tenido algún episodio de intranquilidad? No, he tenido algún episodio incómodo por abordaje.

Abordaje que rechazó, supongo. Contundentemente, por principios y por persona. Una vez me llamó una señora por la noche y me dijo: mosén, tiene que ayudarme. Y yo me planto en su casa, como un pardillo. Veo la casa hecha un desastre, el plato en la mesa porque su marido, que era camionero, estaba al llegar, y ella se pone a explicarme sus problemas sexuales. Yo veía que iba a entrar el marido y dije: Dios mío, ven en mi auxilio. Y llegó.

¿Dios? No, el camionero, yo quería fundirme. Me dije: Xavier, nunca más. La señora tenía una depresión de caballo. Yo, por celoso, por deseo de almas, fui, pero Dios me ha protegido siempre. No hay nada a esconder, la vida es la vida. Pero eso, comparado con lo que yo sé de algún obispo en activo en España, no es nada.

¿De abordaje de feligresas? De personas que se enamoran del párroco y no lo dejan en paz. Y que siendo ya obispo, lo persigue y le monta unos cirios… Eso yo lo he oído de algún obispo y digo: Dios mío, qué suerte tienes, Xavier, que ninguna loca se haya prendado de ti.

También podría enamorarse usted. Sí, podría.

Entonces, ¿cuál sería el camino recto? Si un día yo me encuentro con una mujer que me atrae por su forma de ser o de pensar o de hacer, y suscita en mí un sentimiento de afecto conyugal, de enamoramiento, creo que lo que tengo que hacer y haría sería no verla más.

¿Renunciaría al amor? ¿Y por qué no a los hábitos? Tantísimos lo han hecho… pero creo que esa no sería mi decisión acertada, y tampoco la de quienes lo han hecho, a no ser que no tengan vocación. Si están allí porque su madre quería un hijo cura o se metió en el seminario a los 11 años y no ha visto el mundo, se entiende.

Hablemos de Roma. Dicen que un obispo siempre es católico, apostólico y romano. Yo soy catalán y no muy romano en el sentido eclesiástico, pero sí un enamorado de Roma. Es más bonita que París o Londres, muchísimo más que Madrid o Barcelona.

Y eso que dicen que es catalanista. Yo no soy un obispo catalanista. Tampoco españolista. Soy obispo. Si hay fieles independentistas y logran la independencia, voy a felicitarles. Si los hay españolistas, quieren que desaparezca la autonomía y lo logran, también. Y después les diré que Cristo hace de todos hermanos y de este mundo una sola nación y una sola humanidad.

Fuente: elpais.com