Papá, ¿dónde estabas tú?

A un amigo que, con algo de cinismo, me decía que se sentía como en Corea del Norte, pero sin la esperanza, le dije que se le había olvidado cómo estábamos en la década del 70.

El mundo separado en dos por un telón de acero y con misiles nucleares amenazándonos con un apocalipsis planetario. EE.UU. perdiendo la guerra de Vietnam, con el caso Watergate debilitando su democracia y una inflación de dos dígitos. Europa dividida con una mitad empobrecida, esclavizada y en manos del comunismo. El 60% de la población mundial bajo la línea de pobreza. China e India enfrentando hambrunas recurrentes. Mao y Pol Pot matando personas a destajo en sus “revoluciones culturales”. Inglaterra en caída libre, con inflación descontrolada, su industria estatizada obsoleta e incapaz de competir. Crisis petrolera y en el Medio Oriente la guerra del Yom Kippur. Terminando la década, Irán caía en manos de una teocracia medieval y la URSS invadía Afganistán.

En América Latina, los países transitando entre gobiernos populistas y dictaduras militares con pocas esperanzas para democracias liberales. Las economías en franca decadencia, pobreza y violencia crecientes, deudas galopantes e inflaciones disparadas.

En Chile pasamos de un gobierno marxista escéptico de la democracia, entusiasta de la violencia e ignorante de la economía, a una dictadura militar. Teníamos problemas de desnutrición y miseria; violencia desatada y una fractura de nuestra convivencia que todavía no cicatriza. En lo personal, mis abuelos agricultores: uno expropiado y la otra saqueada viviendo en Santiago, sin nada que hacer más que pasear su pena. Mis padres trabajando para mantener una familia y nosotros tratando de aprovechar la educación que nos daban.

Enfrentado a ese panorama desolador, nadie se hubiera imaginado que estaban a punto de empezar los mejores 40 años de la historia moderna. En los 80, occidente liderado por Thatcher, Reagan y Walesa con un discurso de libertad derrotarían al comunismo, la inflación y la decadencia. Nadie se habría imaginado que una improbable alianza entre el Papa y un sindicato derrocarían al comunismo en Polonia; que el imperio Soviético se desintegraría y que el Partido Comunista ruso se disolvería; que caería el muro en Alemania y esta se reunificaría en paz. Quién hubiera pensado que el PC chino abrazaría el capitalismo y sacaría a 400 millones de personas de la pobreza.

En los 70, nunca pensamos que gracias “al modelo” seríamos el país más rico de Sudamérica, el mejor en desarrollo humano; que derrotaríamos la inflación y tendríamos más de 1 millón de jóvenes en la educación superior; que recuperaríamos la democracia y tendríamos gobiernos responsables, créditos hipotecarios a 30 años, agua potable y alcantarillado, autopistas o que limpiaríamos el Mapocho.

Estamos en una crisis política, qué duda cabe. Pero no es la peor de nuestra historia. Ni es terminal. Como dijo Rocky: “No termina hasta que suena la campana”. Tenemos buenas razones para estar preocupados. Pero eso debe movernos a la acción y no a la depresión. Los chilenos tenemos el defecto de proyectar las curvas al infinito. Cuando vamos creciendo creemos que es imparable. Y cuando vamos cayendo que es irreversible. No es así, son ciclos y debemos tratar que este ciclo demagógico-populista sea corto. Para ello, ocúpese y participe en el proceso político. Apoye con tiempo y/o recursos a candidatos, organizaciones y partidos que crean en la democracia, en el imperio de la ley y la sociedad libre; que quieran salvar un sistema económico de libertades y que aspiren a limitar el poder de los políticos sobre nuestras vidas.

Así, cuando en el futuro sus hijos o nietos le pregunten: ¿Dónde estabas tú cuando los rostros de TV creían que los contrataban por su erudición y opinaban de todo? ¿Dónde estabas tú cuando dos candidatas presidenciales proponían que el fisco gastara en un año el equivalente a 750 teletones y nadie las corregía ni se reía? ¿Dónde estabas tú cuando se gastaban las pensiones, violaban la Constitución y en el Congreso homenajeaban la violencia? Que su respuesta no sea: “Quejándome en mi casa”. (El Mercurio)

Gerardo Varela

Fuente: nuevopoder.cl