Carta a los puros, a las almas bellas de Chile

«El proceso de canonización de Karina Oliva, de Rojas Vade y de todos los ‘santos’ de nuestra izquierda jacobina ha terminado y el veredicto es definitivo: ellos no son santos», escribe Cristián Warnken.

Carta a los puros, a las almas bellas de Chile:

Ustedes llegaron a la política chilena como lo hiciera Carlos Ibáñez del Campo en los años 50, con una escoba para barrer con los políticos corruptos, con la élite, con la casta abusadora. «Toda escoba nueva barre bien», dice un viejo refrán que me enseñó mi abuela. Nunca había visto una escoba tan nueva estropearse en tan poco tiempo. Ahí está La Lista del Pueblo, ahí está la mentira de Rojas Vade, ahí el candidato Ancalao y sus firmas truchas con un notario muerto, ahí está ahora Karina Oliva con sus millonarios sueldos a asesores de su campaña.

Mentiras, firmas falseadas, platas desmedidas: los puros, los cátaros de la política chilena develan ahora su propia «sombra» (el concepto es de Jung), sombra que siempre proyectaron en los otros, porque siempre el mal está afuera, nunca adentro.

Nuestras «almas bellas» por fin dejaron de serlo.

Nada más intolerable que tener una legión de puros, impolutos, irguiéndose como jueces morales, predicadores de la «buena nueva», dando lecciones a todos nosotros pecadores, miembros de la «casta», «amarillos», «fachos pobres», etcétera. Las almas bellas por fin se sentaron con el diablo, y el olor a azufre y a fuego de condenados (o chamuscados) se siente en el aire. Bienvenidos a la política real, al fango de la vida, a la rugosa realidad, bienvenidos hermanos y hermanas puras, sus manos manchadas por el «lucro» y el demonizado dinero y el amor al poder nos hacen por fin verlos como lo que son, como lo que somos todos, «un embutido de ángel y de bestia» (Nicanor Parra dixit).

Aquí no hay ángeles, aquí no hay seres superiores a otros, el bien y el mal están repartidos en partes iguales en la derecha y la izquierda, ya nadie tiene superioridad moral, todos hemos sido manchados por el «pecado original», por lo tanto ya nadie puede ofrecer el Paraíso original a nadie. Todo lo que construyamos en la ciudad de los hombres es más parecido al Purgatorio. Ya no hay santa Karina Oliva, ni san Rojas Vade: la hagiografía de la nueva izquierda se cae a pedazos.

¿Quién podrá ahora salvarnos? Nadie.

Nada más peligroso que los salvadores, nada más sospechoso que los predicadores del Bien en estado puro: ahí está la Iglesia Católica intentando salir de su propio Infierno. El espíritu religioso y redentor de nuestra izquierda millennial tiene que morir para dar paso a una izquierda más humilde, menos predicadora, con los pies bien puestos en la tierra, una izquierda conectada con la realidad y consciente de su propia precariedad e insuficiencia, porque nadie es dueño ni de la Verdad ni del Bien. Eso es la esencia de la democracia liberal, a veces tan denostada por ustedes los puros: la concepción filosófica liberal es escéptica sobre la condición humana, sabe que es imperfecta y por lo tanto la democracia es imperfecta. Es dolorosa tal vez esa verdad, pero nada peor que construir proyectos políticos y sociales sobre purezas que no existen. Hay que desvirgarse de una vez por todas, aceptar que la «cocina» es inevitable, que los acuerdos con otros que piensan distinto es mejor que la verdades  impuestas a sangre y fuego, justamente porque el bien y el mal están repartidos por igual entre todos, y no existe un pueblo «elegido» y puro, ni una Tierra Santa adonde llegar, ni una Constitución revelada (como proponen nuestros Savonarolas locales).

La aspirante a senadora Karina Oliva (una de las predicadoras más furiosas y puristas que hemos escuchado en el último tiempo) tiene la desfachatez de decir que no «ha violado la ley» y que al menos ella no ha recibido dineros de las pesqueras, etcétera. Invoca la ley del empate, primero, como lo hacían los autores de los abusos que ella ha criticado con tanta virulencia. Y, sobre todo, repite esta actitud tan nefasta que nos llevó a la decadencia en el mundo empresarial y político: la de conformarse con «lo legal». Ella, que ha colocado la vara muy alto para la «casta» (así ha llamado despectivamente a sus adversarios), quiere ahora que le bajen la vara y zafar de esta bochornosa revelación de Ciper sobre las platas de su campaña. «No mires la paja en el ojo ajeno, sino la viga en el propio», reza esta formidable frase evangélica.

Chile entero ha visto la viga de Karina Oliva. Pero no solo de ella, sino de todos nuestros «puros». Estamos perdiendo la inocencia a la velocidad de la luz; es bueno que sea así. Todo discurso resentido con el poder, la élite, el dinero, esconde muchas veces una avidez de poder, un amor al dinero desmesurado (casi peor que los de la tan castigada «casta»), en el fondo una envidia que se justifica a sí misma o se enmascara debajo de todo tipo de discursos ideológicos. Siempre es bueno ver a los puros cruzando la orilla, tomando poder: ahí se revela su verdadero ser. Es bueno recordar la advertencia que Federico Nietzsche hace sobre los puros, en el siglo XIX. Sigue siendo muy vigente para nuestros días:

«¡Oh, hermanos míos! ¿En quiénes reside el mayor peligro para todo futuro en los hombres? ¿No es en los buenos y los justos? –que dicen y piensan en su corazón: ‘Nosotros sabemos ya lo que es bueno y justo, y hasta lo tenemos’ […]¡El daño de los buenos es el más dañino de todos! […] ‘¿Y a quién es al que más odian?’ Al creador es al que más odian […] Los buenos, en efecto, no pueden crear: son siempre el comienzo del final».

¡Qué palabras y cómo resuenan en estos lares! El proceso de canonización de Karina Oliva, de Rojas Vade y de todos los «santos» de nuestra izquierda jacobina ha terminado y el veredicto es definitivo: ellos no son santos. Y tampoco son demonios. Son «humanos, demasiado humanos» (otra vez el profeta Nietzsche). No es una mala noticia, porque en política la historia demuestra lo que los santos hacen apenas llegado al poder: encienden hogueras o afilan guillotinas, para tirar ahí a los «impuros»; es decir, a todos los que no participan de su fe revelada.

Espero que este bochornoso episodio los obligue a bajarse de ese pedestal en el que se han parado para dar lecciones morales a la sociedad chilena. Los necesitamos como actores de la nueva democracia que tenemos que construir: nos necesitamos los unos a los otros, la izquierda a la derecha y viceversa, hoy más que nunca, cuando hemos descubierto que la verdad y el bien no son monopolio de nadie y que, por lo tanto, deberemos ayudarnos unos a otros a soportar nuestras flaquezas, a ponerles límites a nuestros apetitos, a aceptar que la democracia es imperfecta porque somos imperfectos y esa imperfección nos salva (del delirio buenista).

¡Bienvenidos al país de las penumbras, los claroscuros, la luz y la sombra!

Cristián Warnken, desde el Jardín.

Fuente: pauta.cl