Efectos secundarios de las cuarentenas: el miedo de salir de casa

Tras un año y medio de pandemia del Covid-19, la alta tasa de vacunación ha provocado un descenso en los contagios y fallecidos, lo que ha derivado en un relajamiento de las medidas por parte del Minsal. Pero solo ahora se están evidenciando los efectos colaterales de los largos confinamientos, con personas que se acostumbraron a la seguridad de sus casa y temen salir y retomar sus rutinas previas al coronavirus. Algo que los expertos llaman «Síndrome de la Cabaña».

Eduardo, de 36 años, es diseñador gráfico. El año pasado, en la primera etapa de la pandemia, fue despedido de su trabajo. Se fue de la capital, se refugió en casa de su madre y prácticamente no salió más. Su ciudad, muy turística, ha pasado de una cuarentena a otra, y él, cuya vida social nunca fue tanta, se acomodó. “Pero con el tiempo me di cuenta de que estaba demasiado cómodo -dice-, que no era normal. No soy la persona más sociable del mundo, pero esto iba más allá: comencé a rehuir del almacén de la esquina, del trámite en el banco, de la visita a mi abuela, que vive a unas cuadras… No sólo tenía miedo a contagiarme, sino que relacionarme con otras personas me costaba mucho”.

Hace poco consultó a una amiga psicóloga y ella le dijo que el suyo es un cuadro ansioso con rasgos fóbicos, exacerbado por el encierro casi absoluto que hizo. Es decir, sentirse tan protegido en su casa le generó miedo a la calle y al prójimo. Lo que padece Eduardo es lo que comúnmente se denomina ‘síndrome de la cabaña’, una situación que afecta a personas que han estado desconectadas por largo tiempo de la actividad social, de la vida fuera de sus cuatro paredes, de rutinas como tomar el transporte público o ir a la oficina, y que ha aumentado en todo el mundo debido a la pandemia.

La directora de la Clínica Psicológica del Campus República de la Universidad Andrés Bello (UNAB), María Carolina Carrera, señala que este fenómeno se dio con mucha fuerza el año pasado, luego de que del confinamiento más largo se pasara al desconfinamiento gradual. “El temor a salir de la casa por miedo al contagio, la seguridad que en muchos casos daba el hogar, lo conocido y lo que era posible de controlar” fueron recurrentes, plantea.

Liliana Romero, de 54 años, no considera que el miedo la paralice, pero aun hoy, con bajos índices de contagios en el país y un regreso anunciado a la “nueva normalidad”, confiesa que tendrá que pasar mucho tiempo para que ella se quite la mascarilla y vuelva a salir de su casa con tranquilidad. Desde que se desató la pandemia no ha vuelto a tomar transporte público. En caso de urgencia, sólo taxis y con mucha protección. Tampoco ha vuelto a reunirse con su grupo de amigas del colegio, sólo con un par de ellas en el último tiempo. “He visto que en Europa los estadios están llenos, pero por más que me digan que están todos con PCR negativos, para mí no es seguro”, admite.

Dejar la seguridad del hogar y salir al espacio público puede desencadenar síntomas físicos como taquicardia, hiperventilación o sudoración excesiva. Todos, signos típicos de una crisis de pánico. El psiquiatra Rodrigo Correa, director del Instituto de Psicofarmacología Aplicada (IPSA) y médico de Clínica Santa María, explica: “El síndrome de la cabaña es un neologismo que describe las conductas de aquellas personas que presentan enormes dificultades para desenvolverse en sus rutinas cotidianas por una elevada percepción de riesgo, prefiriendo permanecer en sus casas”. Suele ser más frecuente en personas con patologías previas en salud mental, con trastornos ansiosos de base, como, por ejemplo, las fobias, pero también en personas con mayor tendencia a la depresión y en quienes presentan patologías en la personalidad.

Gracias del instinto de supervivencia nos acostumbramos el año pasado a vivir en cuarentena. Ante una situación de riesgo potencial para una persona o un ser querido, experimentar temor o ansiedad es normal y forma parte de la respuesta adaptativa que nos permite sobrevivir. “Seguramente usted y yo estamos conversando hoy porque en las diversas pandemias que ha enfrentado la humanidad hubo grupos de individuos con una adecuada percepción del riesgo y se alejaron de este”, indica el doctor Correa.

En Occidente, agrega, hay un problema muy grande con verbalizar que se siente temor o preocupación por alguna situación, pues habitualmente esto se interpreta como debilidad, subvalorándose la prudencia o el legítimo sentimiento de temor. “Si yo le dijera a alguien: ‘Mire, hay un agente infeccioso viral, de transmisión aérea, del cual no sabemos casi nada, para el que no hay medicamentos efectivos ni vacuna conocida y que puede terminar con su vida’, tal como ocurrió durante la mayor parte del año 2020… Bueno, si en esa situación esa persona no se preocupa o no siente temor, entonces sí tiene un problema y sus posibilidades de sobrevivencia se reducirán. El punto es que esa respuesta de preocupación o temor, que es completamente adaptativa, puede extenderse en el tiempo y transformarse en una forma de enfermar en salud mental. El problema surge, en definitiva, cuando este mecanismo se hace mal adaptativo y afecta el funcionamiento psicosocial de la persona”.

Repercusiones en la salud mental

Personas que viven solas tienen mayor propensión a presentar el síndrome de la cabaña, pero todos, independientemente de su edad, han debido adecuarse a una manera diferente de vivir, y el aprendizaje no ha sido fácil. Un grupo especialmente golpeado es el del adulto mayor, el más afectado en un principio por las muertes provocadas por el virus. “Un 30% de la población mayor de 75 años vive solo o con otro adulto mayor, y fueron ellos quienes tuvieron más tiempo de confinamiento y restricciones·, dice la directora de la Clínica Psicológica República de UNAB, María Carolina Carrera. “Considerando, además, sus condiciones de vida, la sensación de soledad, aislamiento y sentir que lo que les queda de vida lo pasarán encerrados, podemos decir que la pandemia ha tenido fuertes repercusiones en su salud mental y que, por ende, debe ser un grupo prioritario de preocupación para las políticas de salud mental”, añade.

Cuando el confinamiento ha sido por más de 50 días se asume como natural el síndrome de la cabaña. Es lo que se ha visto siempre en países nórdicos, por ejemplo, donde el mal tiempo hace estragos. Si bien es cierto que la salida a la calle puede ser un tema para quienes lo experimentan, la clave está en la gradualidad. La meta, señalan los especialistas, es recuperar de a poco la seguridad y la sensación de control. “Avanzar progresivamente hacia una normalización de las actividades que se desarrollan fuera de casa, cada persona a su ritmo, con acompañamiento psicológico y, de ser necesario, con manejo farmacológico de los síntomas, pero también con el acompañamiento y empatía del grupo familiar y del entorno del paciente”, dice el doctor Rodrigo Correa.

“Costará un tiempo retomar la relación con los otros”, dice el doctor Gonzalo Cuadra, integrante de la Comisión de Salud Mental del Colegio Médico. Esto, asegura, porque ha sido muy fuerte el impacto de la pandemia en la sociedad, sobre todo en las relaciones sociales y la cohesión con otros.

¿Cómo avanzar hacia una normalidad que no es tal porque ya nada será exactamente igual que antes? Hay métodos de trabajo que se arraigaron para bien y para mal, duelos que procesar, relaciones que se quebraron y certezas que terminaron. ¿Cómo hacer esa transición? Paso a paso, aseguran los especialistas. La directora de la Clínica Psicológica del Campus República de la UNAB, María Carolina Carrera, lo detalla en seis puntos:

· “No esperar volver a las mismas condiciones de vida que se tenían previo a la pandemia, es decir, esto no es un paréntesis, es importante reconocer que hay cambios que llegaron para quedarse”.

· “Aprender a convivir no sólo con el covid, sino que con nuevos virus que pueden aparecer y que están apareciendo, y hacerlo sin el nivel de terror con que se vivió el covid por lo desconocido y ajeno que nos era”.

· “Es importante volver a socializar, a vivir en comunidad sanamente. En muchos casos, la pandemia permitió conocer a los/as vecinos/as, a ayudarse mutuamente, pero también dio cuenta del individualismo y potenció las pulsiones agresivas en otros casos respecto del ámbito de la convivencia social”.

Fuente: latercera.com