Nuevo estudio rebate famosa teoría de que «el dinero no hace la felicidad»

Los mayores niveles de ingreso no aumentan la satisfacción de las personas, según concluía un informe realizado por el economista Richard Easterlin, que inspiró cientos de artículos y estudios de las ciencias sociales.

Fue en 1974. Al fin una teoría venía a respaldar la filosofía que grupos como los hippies, los nacientes punks y hasta músicos de la talla de los Beatles defendían rabiosamente en los centros urbanos del mundo: el dinero no hace la felicidad. La frase ya era una suerte de cliché. Pero el economista estadounidense Richard Easterlin se encargó de darle un sustento científico.
 
En su oficina de la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos, Easterlin se dio la tarea de revisar un total de 30 encuestas realizadas en 90 países entre los años 1946 y 1970. Buscaba conocer cuán felices se declaraban las personas, para ver si el crecimiento económico de sus naciones influía de algún modo en la sensación subjetiva de felicidad.

PARADOJA EASTERLIN
El resultado se transformó en la famosa teoría conocida como la paradoja Easterlin. El autor concluyó que el crecimiento económico no conduce a una mayor felicidad, porque una vez cubierto cierto umbral de comodidades, lo que importa no es el ingreso absoluto, sino el relativo: es decir, a partir de ese momento las personas basan su satisfacción en ganar más que los otros.

En otras palabras, si un millonario duplica su fortuna probablemente no aumentará su felicidad al doble, aun cuando en el momento que ganó su primer millón se haya sentido más que confortable con su vida. Porque estará pensando en cómo seguir elevando sus ingresos.

Tres décadas más tarde, esta teoría, que inspiró cientos de artículos y estudios en el campo de la sicología social y de la economía, está siendo desafiada por dos jóvenes economistas desde la misma U. de Pensilvania. Porque Betsey Stevenson y Justin Wolfers aseguran tener evidencia de que el dinero sí hace la felicidad.
 
Según cuentan a La Tercera, todo comenzó tras analizar uno de los principales ejemplos esgrimidos por Easterlin en su paradoja: la situación de Japón en la posguerra. Según el prestigioso economista, entre 1950 y 1970 ese país aumentó en seis veces su Producto Interno Bruto (PIB) per cápita y, sin embargo, en las encuestas los japoneses no declaraban ser más felices.

INGRESO Y FELICIDAD
«Pero esa investigación fue realizada con muy pocos datos y, como resultado, fue in-capaz de establecer la verdadera naturaleza de la relación ingreso y felicidad», explican. Por ello acudieron a los cuadernillos originales con las respuestas de la época. Y lo que allí descubrieron implica una diferencia metodológica que habría llevado a Easterlin a pensar que los japoneses eran más ricos, pero menos felices.

Explican que en 1958, las encuestas en Japón registraban un 16% de satisfacción entre sus habitantes, cifra que se elevó a 18,3% en 1963. Hasta ese momento, la pregunta más importante del instrumento para medir el grado de satisfacción era: «Aunque no estoy totalmente satisfecho, en general estoy satisfecho con la vida que llevo».
 
En 1964 esta pregunta se cambió por la opción «estoy completamente satisfecho con mi vida». Como resultado, y a pesar de que la riqueza en el país se incrementaba meteóricamente, los japoneses aparecieron como menos felices tras registrar una abrupta caída ese año: sólo el 4,4% se decía «completamente satisfecho».

«Volvimos a revisar los datos de este período y encontramos que no desmienten la relación que nosotros hacemos», dice Betsey Stevenson, en alusión a que el dinero si hace la felicidad. Agrega que las muestras analizadas fueron muy limitadas. «Examinamos los datos en el tiempo y encontramos, claramente, que los japoneses son más felices a medida que el PIB crece», y agregan que en 1971, el 4,8% se declaraba completamente satisfecho. Cifra que aumentó a casi al doble (8,3%) en 2007.
 
ESTADOS UNIDOS Y EUROPA
Los datos muestran, por el contrario, que en EE.UU. la felicidad no ha crecido desde 1972. Y eso, dicen los autores en su análisis, se debería a que el salario por hora trabajada no ha aumentado demasiado en el último tiempo. De hecho, un artículo en The New York Times señala que según los resultados de la última en-cuesta Gallup en ese país, el 90% de las personas en hogares con ingresos sobre los US$ 250 mil se declaran «muy felices». Y en los hogares con ingresos bajo los US$ 30 mil la satisfacción sólo se eleva al 42%.

En el caso de Europa, afirma el estudio de Stevenson y Wolfers, datos de la encuesta World Values Survey muestran que la satisfacción ha crecido en ocho de nueve países analizados, que registraban crecimiento del PIB estimado en 2,5% anual. «Los datos individuales varían mucho en Europa, pero en general, hay una correlación entre ingresos y felicidad», dice Wolfers.
 
LA RESPUESTA DE EASTERLIN
Pero Richard Easterlin parece no estar de acuerdo con sus osados colegas. Recibió un borrador del estudio que los propios autores le enviaron antes de publicarlo. «Queríamos que fuera el primero en verlo», dice Betsey Stevenson.
 
El profesor Easterlin dice que ambos confunden los efectos del crecimiento en el largo plazo, donde sí hay una pequeña tendencia hacia la felicidad, con el efecto de las crisis económicas en la población: «Cuando se superan las crisis, el aumento del PIB y la felicidad tienden a moverse juntos», explica Easterlin a La Tercera.

Se muestra interesado en Chile. Pregunta acerca de las tendencias de felicidad en el país en los 90, «cuando el crecimiento fue sustancial», y duda que ésta haya aumentado. De hecho, las cifras del World Values Survey dicen que en 1990, 33,4% de los chilenos se declaraba muy feliz, cifra que cayó a 27,1% en 1996 y volvió a subir a 36,2% en el año 2000.

La socióloga Marta Lagos, de Mori Chile, consultora que provee los datos chilenos para la World Values Survey, dice que en los 90 se registra un aumento en la satisfacción de vida en el país en la medida que mayor cantidad de chilenos dejan de ser pobres y aumenta el ingreso per cápita. «Pero eso no implica una relación unívoca», dice la socióloga. «Si alguien está en el quintil más rico, esa relación de ingreso y felicidad no vale», concluye.

Fuente: latercera.com